“Llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad. Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores.”
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Lucas 7:12-13
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“Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?”
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Juan 11:25-26
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LA EXCELENCIA DE JESUCRISTO (4)
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Ante la muerte (Lucas 7:11-16)
Dos grupos de personas se encontraron cerca de la ciudad de Naín. El primero salía de la ciudad, estaba formado por un largo cortejo fúnebre, e iba a sepultar al hijo único de una viuda. El otro grupo estaba formado por Jesús y sus discípulos, junto con una gran multitud, y se acercaba a la ciudad. Ese día, la muerte y el “que tenía el imperio de la muerte”, esto es, el diablo (Hebreos 2:14), se hallaron frente al “Autor de la vida” (Hechos 3:15), quien vino a la tierra para vencer la muerte y a su príncipe.
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Jesús expresó primero su compasión a esta viuda, luego se acercó, tocó el féretro y dijo al muerto: “Joven, a ti te digo, levántate. Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre”.
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Cuando predicaba la buena nueva a sus contemporáneos, Jesús mostraba, mediante sus milagros, que el imperio de Satanás ya había sido sitiado: los poderes demoníacos y la misma muerte ya habían perdido su poder incluso antes de ser vencidos en la cruz. Éstos serán totalmente destruidos al final de los tiempos.
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“Y todos tuvieron miedo, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros”. No era sólo un profeta, sino mucho más que un profeta: era Jesús, el Hijo de Dios, quien como hombre iba a dar su vida en la cruz, iba a pasar por la muerte para salir victorioso y resucitar de los muertos. Él “quitó (o anuló) la muerte” (2 Timoteo 1:10).
Lectura: Ezeq. 23:1-27 - Hechos 28:1-16 - Salmo 37:23-29 - Proverb. 12:15-16