“¿Ves esta mujer?... No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama.”
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Lucas 7:44-47
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LA EXCELENCIA DE JESUCRISTO (5)
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Su incomprensible humillación
La verdadera grandeza acepta humillarse. ¡Cuán grande es ese Salvador que recibió el homenaje silencioso de una mujer cargada de pecados! (Lucas 7:36-50). Sin importar que el orgullo religioso de Simón el fariseo se escandalizara, Jesús permitió a esta mujer rendirle la adoración de la manera más conmovedora: compungida, lloró humildemente a sus pies, los cubrió de besos y los ungió con un perfume.
Nadie es demasiado culpable, ni demasiado insignificante para el Señor Jesús. Tanto esta mujer estigmatizada debido a su vida de pecado y excluida de la sociedad, como Zaqueo, cobrador de impuestos y objeto de falsas acusaciones, quien se subió a un árbol para ver pasar a Jesús, e igualmente Nicodemo, jefe espiritual de los judíos, quien fue a Jesús de noche, todos pudieron acudir al Salvador. ¡Yo también puedo ir a él, y usted, querido lector!
La verdadera grandeza no asusta ni rechaza a nadie, sino que es sencilla y acepta una humillación total. Jesús fue la perfecta expresión de ello. Era Dios y apareció entre los hombres no como el Dios santo para juzgar a los pecadores, sino como el Salvador humilde y bondadoso para dar su vida por todos. Él “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres y... se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:7-8).
Lectura: Ezequiel 35:1-36:12 - 2 Tesalonicenses 2 - Salmo 42:7-11 - Proverbios 13:12-13